miércoles, 10 de noviembre de 2010

Esperar

  esperar.
(Del lat. sperāre).
1. tr. Tener esperanza de conseguir lo que se desea.
2. tr. Creer que ha de suceder algo, especialmente si es favorable.
3. tr. Permanecer en sitio adonde se cree que ha de ir alguien o en donde se presume que ha de ocurrir algo.
     En estas tres primeras acepciones aprecio el aspecto positivo del verbo. Se espera casi siempre solo, como solo se vive la vida, aunque estemos en el centro del bullicio, rodeados por los seres queridos. Esperar es también una sucesión de imágenes que cruzan por nuestra cabeza. Instantes del pasado, instantes del futuro, ensoñaciones. Inventamos sobre el porvenir, insertamos el pasado en el futuro. Se espera con esperanza, impaciente, hasta que nos damos cuenta de que se demora demasiado y, entonces, (ya no va a venir), se pierde la esperanza, y, con ella, la paciencia.
     Según las estadísticas nos dicen que pasamos tres años, tres, de nuestra vida esperando. Colas en los bancos, en los supermercados, colas de tráfico, y esperar, desde hace algunos años, que termine esta devastadora crisis económica, que está arrasando las vidas de millones de personas, ahogadas por los bancos que les dieron el empujón para tirarse a unas aguas plagadas de tiburones. Esperar que tanta palabrería de los dirigentes políticos en esas reuniones mastodónticas, den alguna vez resultado y lleguen a dónde es más necesario: al pueblo, a los trabajadores, a los verdaderamente necesitados. Esperar que demuestren un poco de dignidad moral y se bajen los sueldos y se eliminen las dietas. Esperar que dejen de robar, sean del partido que sean. Nadie les llamó, se presentaron voluntariamente para realizar una labor en favor de las personas, de los que les dieron el voto. Esperar a que nuestra impotencia no nos lleve a cometer algún acto desesperado. Esperar a que las leyes, las normas, las reglas y todo cuanto inventan también favorezcan a los demás. Esperamos el futuro, pero cuando llega no estamos preparados. Seguimos posponiendo nuestra esperanza. Y esta apenas asoma. Mientras tanto consumimos el tiempo que vivimos ¿realmente lo vivimos?. ¿Para qué vivimos? ¿Para satisfacerlos de su ansia de riqueza, de lucimiento, de posición?
     Y ahora quiero referirme a la visita del hombre que dirige la institución religiosa católica: el Papa. Miles o cientos de miles le esperaban en Santiago de Compostela y en Barcelona. Otros, como yo, no le esperábamos. Hace tiempo que dejé de esperar algo auténtico y acorde de su parte. Ahora sólo espero por mi. Porque esperar, en esa primera y segunda acepción con este hombre no se han cumplido. Pagar para que venga. Gastar del erario público para que aparezca con todo el boato y derroche en seguridad y regalos, y luego te diga que somos demasiado laicos. Invertir en una visita que sólo a unos pocos interesa, en los momentos de crisis económica y de valores, no es aceptable. Un hombre que se dice mantiene vivas las ideas de Cristo, de Jesús de Nazaret, no puede ir predicando unos dogmas tan sencillos y humildes cargado de joyas, vestido de alta costura, a cuerpo de rey, en avión privado. No. No me dejo arrastrar por fanatismos, despotismos, egoísmos, incongruencias, contradicciones morales y humanas, basados en la humillación, la infamia, la falta de respeto por las libertades. La palabra de Jesús no incluía, y por supuesto, rechazaría todo eso.
     Esperar. Yo espero que este hombre diga públicamente, en todas las lenguas que domina, desde esa ventada donde los fanáticos le aclaman, desde los medios de comunicación que controlan, desde los bancos que les dan enormes dividendos en ganancias, que lo diga, que han causado daño a millones de personas, que han vejado los sentimientos, que han matado, violado, torturado en nombre de unas ideas que, desde siempre han ignorado, utilizándolas a su antojo y beneficio: "el fin justifica los medios".  No creo que haya nada después de este mundo. Somos materia y a ella volveremos. Sin consciencia, sin remordimientos, perdidos en la inmensidad que nos rodea, formando parte del aire o la tierra. Este es el lapso de tiempo que nos ha sido otorgado, es lo que somos, lo que ya jamás seremos, salvo en la memoria de los que se quedan aquí, si quieren o les apetece recordar. 

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