viernes, 16 de octubre de 2009

Juan Carlos Mestre, Premio nacional de poesía 2009

Estimados amigos lectores. Hace unos días le fue concedido al poeta y artista visual Juan Carlos Mestre el Premio Nacional de Poesía 2009 por su libro La casa roja. Poeta leonés, como Gamoneda, como Llamazares. Poetas de la niebla y la humedad, del frío y de la nieve, poetas cuya poesía siento cercana, poetas cuya experiencia me alcanza.

jueves, 15 de octubre de 2009

Sonata de Otoño de José Manuel Peña y Antonio Carvajal


Queridos lectores, amigos. Os doy noticia de la nueva exposición de José Manuel Peña en Granada. De la lectura de poemas de Antonio Carvajal, ha surgido un libro de autor, Sonata de Otoño, con grabados inspirados en esos poemas. Desde su taller de La Estampería en Granada, José Manuel Peña trabaja y crea, -ayudado por David-, compone y se revela un artista moderno, gusta de lo artesanal, ha experimentado con el papel para crear formas y texturas, donde poder plasmar su vigorosa imaginación. Podéis acceder a un adelanto en el siguiente enlace

Un saludo desde este espacio.



miércoles, 14 de octubre de 2009

El odio


El diccionario de la lengua española define el odio como: "Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea". Antonio Gamoneda, en su Libro de los venenos, dice "que los que quieren dar secretamente veneno despojan de su natural amargor a las sustancias mortíferas y les quitan su hediondez con gomas aromáticas. También las mezclan con aquellas medicinas que suelen darse para la salud y las deslíen en las purgas o las esconden en el interior de las viandas." Debo aclarar que pienso el odio como el veneno de una alimaña. El odio es la representación más baja de la intolerancia y del desprecio hacia las personas. Inocular, inyectar, insuflar el odio dice mucho de lo execrables que pueden llegar a ser ciertos seres. Y son estos seres las alimañas a las que me refería antes. En ellos está el veneno, porque es de su naturaleza. Y la naturaleza de estas bestias es arrojarlo. Aguijones, mandíbulas, glándulas, espinas afiladas, tentáculos y una larga variedad de apéndices y órganos destinados a hacer llegar el veneno a sus víctimas. Pero el sistema más sofisticado, el más dañino está en el hombre. Su capacidad de pensar, razonar, dilucidar, a veces se ve obstruida, cegada, atrofiada, por ese mismo veneno que almacena. A ello contribuye una vida de total insatisfacción. Entonces ese veneno debe de salir, no puede acumularse.
Las fieras que arrojan de sí ponzoña salen entonces de sus enlodadas madrigueras. Guiadas de su natural y propia maldad, determinan matar con veneno a otros, buscan ponzoña que no de treguas. Prestan atención buscando siempre la víctima más débil, la más indefensa, como depredadores naturales. Suelen ¿vivir? en grupos numerosos, sometidos al influjo de la hembra más adulta y solitaria, una hembra que va desprendiendo ya un tufillo a cadáver, pero que sus vástagos defienden contra cualquier injerencia externa, sobre todo porque heredarán la capacidad del odio. Se desplazan, -aunque observando sus torpes movimientos convendría aplicarles más la acción de arrastrarse-, imitando en todo la figura del hombre. Engañan con la vista y el habla. Engañan en todo, pues su corazón es negro y les infectó el alma, y esta, macerada y oprimida por una sulfurosa mixtura de sustancias insalubres, fue arrojada de sus cuerpos.
En determinadas ocasiones, las alimañas, sintiéndose muy necesitadas de arrojar su veneno, suelen tener comportamientos que les hacen caer en el salvajismo más abyecto, incluso para estos seres sin alma.

P.S. Mijail Bakunin, en su libro Dios y el estado, dice: "Hay una categoría de gentes que, si no cree, debe al menos aparentar que cree. Son todos los atormentadores, todos los opresores y todos los explotadores de la humanidad. [. . .] Ninguna discusión con ellos ni contra ellos es posible. Están demasiado enfermos."

Dos banalidades y una certeza en tiempos de crisis


Estimados lectores, amigos. He tenido olvidado mi blog por causas ajenas a mi voluntad, pero quiero, después de oírlo en la radio, comentar estas dos noticias que me parecen aberrantes, sobre todo en tiempos de crisis económica, y, creo que también en tiempos de crisis de valores. Son sólo dos noticias que valen como ejemplo, pero los diarios, Internet, y cualquier medio de comunicación se hacen eco de similares estupideces. En Bélgica se celebró un reallity en el que las participantes eran mujeres sin techo. La ganadora estará un año viviendo gratis en un hotel de lujo.
La otra noticia, si puede denominarse así, es el concurso Miss Cirugía estética, este celebrado en Hungría. Dejo enlaces al final del párrafo.
¿En qué mundo vivimos? Hay dinero para lo que se quiere, pero para los que de verdad lo necesitan hay que esperar al último instante, cuando la situación es extrema. ¿Acaso no hemos leído y escuchado que faltan alimentos para mil millones de personas (1.000.000.000)?
Situémonos más cerca. En España hay gente hambrienta que rebusca en los contenedores de los supermercados para llevarse a casa lo que está a punto de caducar o ya caducado. En nuestro país, dividido en 14 comunidades autónomas, donde hay que multiplicar los sueldos de nuestros ¿representantes? por 14. Donde no basta con tener asegurado un sueldo vitalicio por haber servido al país desde la política. Donde hay que hacer fortuna, a costa del resto de contribuyentes. Os dejaré un enlace de un artículo de Pérez Reverte. Leedlo. Como a casi todos los suyos no le falta razón.
Miss sin techo
Miss cirugía estética
Mil millones de hambrientos
Pérez Reverte


Paso a menudo por la carrera de San Jerónimo, caminando por la acera opuesta a las Cortes y a veces coincido con la salida de los diputados del Congreso.

Hay coches oficiales con sus conductores y escoltas, periodistas dando los últimos canutazos junto a la verja y un tropel de individuos de ambos sexos, encorbatados ellos y peripuestas ellas, saliendo del recinto con los aires que pueden ustedes imaginar. No identifico a casi ninguno y apenas veo los telediarios; pero al pájaro se le conoce por la cagada.

Van pavoneándose graves, importantes, seguros de su papel en los destinos de España, camino del coche o del restaurante donde seguirán trazando líneas maestras de la política nacional y periférica. No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con trajes a medida, zapatos caros y maneras afectadas de nuevos ricos. Oportunistas advenedizos que cada mañana se miran al espejo para comprobar que están despiertos y celebrar su buena suerte. Diputados, nada menos. Sin tener, algunos, el bachillerato. Ni haber trabajado en su vida. Desconociendo lo que es madrugar para fichar a las nueve de la mañana, o buscar curro fuera de la protección del partido político al que se afiliaron sabiamente desde jovencitos. Sin miedo a la cola del paro. Sin escrúpulos y sin vergüenza. Y en cada ocasión, cuando me cruzo con ese desfile insultante, con ese espectáculo de prepotencia absurda, experimento un intenso desagrado; un malestar íntimo, hecho de indignación y desprecio. No es un acto reflexivo, como digo. Sólo visceral. Desprovisto de razón. Un estallido de cólera interior. Las ganas de acercarme a cualquiera de ellos y ciscarme en su puta madre.

Sé que esto es excesivo. Que siempre hay justos en Sodoma. Gente honrada. Políticos decentes cuya existencia es necesaria. No digo que no. Pero hablo hoy de sentimientos, no de razones. De impulsos. Yo no elijo cómo me siento. Cómo me salta el automático. Algo debe de ocurrir, sin embargo, cuando a un ciudadano de 57 años y en uso correcto de sus facultades mentales, con la vida resuelta, cultura adecuada, inteligencia media y conocimiento amplio y razonable del mundo, se le sube la pólvora al campanario mientras asiste al desfile de los diputados españoles saliendo de las Cortes. Cuando la náusea y la cólera son tan intensas. Eso me preocupa, por supuesto.

Sigo caminando carrera de San Jerónimo abajo, y me pregunto qué está pasando. Hasta qué punto los años, la vida que llevé en otro tiempo, los libros que he leído, el panorama actual, me hacen ver las cosas de modo tan siniestro. Tan agresivo y pesimista. Por qué creo ver sólo gentuza cuando los miro, pese a saber que entre ellos hay gente perfectamente honorable. Por qué, de admirar y respetar a quienes ocuparon esos mismos escaños hace veinte o treinta años, he pasado a despreciar de este modo a sus mediocres reyezuelos sucesores. Por qué unas cuantas docenas de analfabetos irresponsables y pagados de sí mismos, sin distinción de partido ni ideología, pueden amargarme en un instante, de este modo, la tarde, el día, el país y la vida.

Quizá porque los conozco, concluyo. No uno por uno, claro, sino a la tropa. La casta general. Los he visto durante años, aquí y afuera. Estuve en los bosques de cruces de madera, en los callejones sin salida a donde llevan sus irresponsabilidades, sus corruptelas, sus ambiciones. Su incultura atroz y su falta de escrúpulos. Conozco las consecuencias. Y sé cómo lo hacen ahora, adaptándose a su tiempo y su momento. Lo sabe cualquiera que se fije. Que lea y mire. Algún día, si tengo la cabeza lo bastante fría, les detallaré a ustedes cómo se lo montan. Cómo y dónde comen y a costa de quién. Cómo se reparten las dietas, los privilegios y los coches oficiales. Cómo organizan entre ellos, en comisiones y visitas institucionales que a nadie importan una mierda, descarados e inútiles viajes turísticos que pagan los contribuyentes. Cómo se han trajinado (ahí no hay discrepancias ideológicas) el privilegio de cobrar la máxima pensión pública de jubilación tras sólo 7 años en el escaño, frente a los 35 de trabajo honrado que necesita un ciudadano común. Cómo quienes llegan a ministros tendrán, al jubilarse, sólidas pensiones compatibles con cualquier trabajo público o privado, pensiones vitalicias cuando lleguen a la edad de jubilación forzosa, e indemnizaciones mensuales del 100% de su salario al cesar en el cargo, cobradas completas y sin hacer cola en ventanillas, desde el primer día.

De cualquier modo, por hoy es suficiente. Y se acaba la página. Tenía ganas de echar la pota, eso es todo. De desahogarme dándole a la tecla, y es lo que he hecho. Otro día seré más coherente. Más razonable y objetivo. Quizás. Ahora, por lo menos, mientras camino por la carrera de San Jerónimo, algunos sabrán lo que tengo en la cabeza cuando me cruzo con ellos.