1 de septiembre, 2020.
El mar, el mar, de Iris Murdoch.
Thalassa! Thalassa!
Jenofonte
Después de leer El mar, el mar, de Iris Murdoch, me queda la impresión de, no solo haber disfrutado y aprendido algo -mucho- que ahora mismo está reposándose e impregnando el espíritu, sino de haber leído una de las mejores novelas desde hace tiempo. Me deslumbró antaño Alejo Carpentier -al que vuelvo- y hace unos días descubrí con fascinación a Francisco Ayala (he de hacerme pronto con sus obras), y he hallado -no sin dificultad, sí con deleite- la escritura sublime en las piedras de Roger Caillois, en una edición de bolsillo de Siruela. Cervantes es ineludible, imprescindible. Y todo esto lo digo porque estoy renaciendo a este mundo de los libros, a esta innegable necesidad de lectura en tiempos tan magros, tan cainitas, de desprecio -empezando por parte de nuestra clase política abyecta- hacia una actividad enriquecedora, hecha por el hábito, en la que es necesaria la férrea implicación de la mente para luchar contra el ruido del mundo. Los libros son parte de la vida, la cultura es parte de una vida sana, independiente y con criterio. Con la lectura de esta novela algo se ha instalado en mi conciencia. Está ahí, al fondo, como una estrella emitiendo la primera luz. Eso de que los libros cambian la vida de uno es cierto. Releeré los párrafos y frases destacados con lápiz, reviviré la historia de otro modo, eso seguro, e iré recolectando todo lo que esta novela ha depositado en el fondo de mi espíritu. Digo esto porque me es innegable haber participado en una historia tan grande como el mar, tan vasta como el cielo repleto de estrellas y acompañado subrepticiamente por los monstruos que desconocemos y que nos habitan. El mar nos acoge y revitaliza, pero también puede destruirnos y, sobre todo, albergar bajo sus aguas sombras que nos inquietan. Sin embargo, el escucharlo -al mar- si atendemos a sus variaciones y procesos, puede proporcionarnos algunas claves para entender algunos aspectos de la vida.
El protagonista de esta novela de Iris Murdoch, Charles Arrowby, es un egocéntrico director y autor de teatro, que decide retirarse -tras una larga carrera de éxitos- a un pueblo apartado de la costa inglesa para escribir sus memorias. Allí ha adquirido una vieja mansión, Schruff End, edificada sobre las rocas junto al mar. Narrada en primera persona, nos introduce en sus vivencias personales en el teatro y revive sus relaciones amorosas. No es nada amable con la mayoría de las mujeres, salvo, al final, con Clement, una mujer madura que lo acogió como protegido y amante cuando él tenía veinte años. En las primeras páginas nos presenta su proyecto mientras realiza excursiones por los alrededores de la casa -la cual parece tener vida propia- nada, colecciona piedras llamativas y toma contacto con la nueva vivienda. Un detalle curioso: la relación de alimentos que desayuna, cena o almuerza el protagonista, maridaciones estrambóticas al paladar que sólo se pueden dar en este tipo inglés con un carácter tan particular.
El mar, la casa y el paisaje que la rodea, forman parte esencial de la historia y de las largas divagaciones -casi monólogos- del protagonista a través de descripciones. Con certeros detalles nos sumerge y hace partícipes en su estado de ánimo (la relación de inferioridad respecto a su primo James, la deseada servidumbre del amigo Gilbert, la arrogancia y el desprecio hacia Lizzi). De este modo nos hace partícipes de su pasado y presente, introduciendo al resto de personajes como asociados al entorno y a sus estados cambiantes. La casa es laberíntica, húmeda, oscura y fría. Quiere hacerla entrañable y acogedora aunque ciertos hechos la mantienen anclada entre lo enigmático y terrible. Es inevitable no guardar un recuerdo nostálgico de ese lugar.
El amor, lo que Charles Arrowby cree y se ha propuesto que sea el amor, no es más que una obsesión, una pérdida de realidad, un falso recuerdo revivido de forma engañosa, que él alimenta hasta límites insospechados al encontrarse inesperadamente con la mujer que fue el amor de juventud. Idealizado hasta la locura, llega a cometer un acto deleznable. Sólo cuando la desgracia sucede de manera accidental, le hace tomar conciencia de la realidad, despertar de las ensoñaciones formuladas por su egoísmo, y recapacitar sobre toda su vida y el daño causado a los que le rodean. A través de los personajes que entran y salen, de los detalles que Charles Arrowby nos desvela de ellos, también se define su personalidad. Este los califica física y psicológicamente bajo su sesgado prisma, casi siempre con crueldad y una autoliberadora benevolencia. Aunque lo provoca, es ajeno al sufrimiento de los otros. Se disculpa porque se lo merecen. Sus actos tienen un fin superior, y hará cualquier cosa para alcanzar aquello de lo que se encapriche. Los usa y arroja fuera de su vida cuando han perdido todo interés para él.
Las últimas cien páginas de la novela, son párrafos más breves que, como apuntes de un diario, dan cuenta -a través de una cadena de sucesos trágicos- de un proceso de cambio, de cierta transformación acontecida en su manera de ver el mundo e interpretarlo. Aflora la comprensión y la empatía, el análisis de sus errores, la asimilación de culpa. Una novela que analiza la juventud, el amor y la memoria. Disfrútenla.
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